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La danza transforma el paisaje.

Los cuerpos forman paisajes dentro paisajes.

Atmósferas nuevas que no te esperabas,

estados distintos y extraordinarios.

Quien baila su mal espanta.

 

Los paisajes pueden ser grises, verdes, amarillos marrones, blancos… Hay lugares en los que el calor es tan fuerte que podría ser tangible y otros en los que el frío colorea de azul las caras de las personas que lo habitan.

Hay muchísimos paisajes cambiantes y diferentes los unos de los otros, y así mismos se redondean con la convivencia entre sus habitantes. Habitantes con habitantes, habitantes con el entorno, el entorno con el clima, el clima con el terreno, el terreno con los bailes, los bailes con los habitantes. Y así, en todas las direcciones, ya que estas relaciones no funcionan de manera circular, sino que están entrelazadas entre sí. Se disparan y se afectan entre todas y a la vez.

Recorro lugares y así, reconozco paisajes. Bien porque ya los he visitado, o soñado, o me resultan familiares por alguna extraña razón, quién sabe si viví yo allí hace 200 años y algo se me quedó. Otras veces me resultan familiares porque se asimilan en cierto modo a lo que conozco bien. A veces los paisajes parecen reconocibles porque te encuentras tranquila en ellos, porque se disponen amorosos y amigables, porque se presentan cercanos y cálidos.

 

En los pueblos dicen que pasa eso y también todo lo contrario.

Pueblo pequeño infierno grande, dicen.

Yo soy de pueblo, uno pequeño pequeño del norte.

Y digo sí y digo no a esa frase hecha.

Y toda aquella y aquel que de pueblo sea estará conmigo, diciendo sí y diciendo no a esa frase hecha.

Esta es la historia de un paisaje, de un pueblo, de muchos cuerpos bailando en un pueblo, de un cuerpo mío bailando en un paisaje, de un fin de semana del mes de julio de 2023. 

RELATO

 

Emprendí un viaje en mitad del calor, el calor se había instalado como un lugar en sí mismo además de pertenecer al verano. Pues atravesando el calor, con el cuerpo así, en un estado de blandura, comencé a dirigirme a donde me habían indicado que tenía llegar.

 

Cuando ya casi estaba cerca, empecé a ver carteles con su nombre. ¿Cúantos kilómetros alcanza la vista si miras hacia el horizonte? Como quien mira hacia el mar, hacia un lugar sin relieve. Como en una rueda me deslizaba por la superficie de esas carreteras en un autobús vacío y agradable. Mirando un horizonte que presumía de una perfecta horizontalidad serena y clara. Y en mitad de ese estado próximo a la meditación de pronto perdía yo los nervios cuando veía que el autobús en el que iba montada tomaba la dirección contraria a la que indicaban los carteles con su nombre y me separaba de mi destino haciéndome falsas ilusiones. Pasamos por calles vacías, ventanas cerradas, marquesinas perdidas, personas que subían y bajaban con cara de calor y de trabajo.

Y por fin llegamos.

Bueno llegué.

Llegamos porque iba con el conductor del autobús, pero él continuó su viaje por la carretera, y yo lo hice caminando, dando vueltas, saltando, girando, mirando, moviendo las manos, escuchando, escribiendo, contando historias…sobre las calles del lugar al que llegué.

Una marquesina, leti, un vino, Una gata negra, una gata blanca y negra, una gata blanca, una casa para cuando necesite, un bocadillo de lomo en un bar que no vi más, una siesta muy profunda, rostros conocidos, conversaciones de hace un año, nombres de personas que conocemos en común, como si nos conociésemos, personas nuevas, una danza lejana pensada no tan lejos, saltos y giros y personas sentadas mirando, una explicación exhaustiva, un cuerpo pequeño que mira e imita a otro cuerpo que gira en mitad de una plaza. Unos señores sentados que de reojo quieren recrearse en la danza. Dos cuerpos abrazándose, dos cuerpos en devenir animal, dos cuerpos afectándose con una sensibilidad infinita. Muchas personas alrededor respirando con esos dos cuerpos, aplaudiendo. Muchas mentes pensando acerca de lo que acaba de pasar. Muchos corazones vibrando con lo que acaba de pasar. Una explicación con palabras bien armadas de lo que acaba de pasar. La compañía Ertza desde Pais Vasco y Mozambique. Y después cenar y esperar a que llegue el día siguiente. Volviendo a la casa tranquila, paseando por las calles vacías, conversando tranquilas, acompañándonos tranquilas de una puerta a otra.

 

Reflexiones

 

Los encuentros y conexiones de Barcelona allí, en un lugar del horizonte:

 

¿Será que está bien encontrarse y conocerse en un lugar/no lugar para nosotres?

¿Encontrarnos fuera del centro nos permite charlar con más descanso?

¿Comunicar lo que nos pasa y lo que somos, sin pensar tanto en qué te pide el contexto sino pensando en nosotres y en lo que necesitamos comunicar?

¿Un sitio neutral siempre será más seguro?

 

Los pasados presentes y los presentes presentes

 

Pero no estamos allí de chiripa, nos ha convocado Joaquín, y para él, ese lugar es de todo menos neutral. , Siempre que una amiga me visita en el lugar donde he crecido, me parece estar abriéndole un diario o algo así, o contándole una intimidad de la que no hay retorno. Y también sucede al revés, cuando mi amiga recorre el lugar donde crecí y allí la presento, estoy compartiendo una parte de mi intimidad que hace tiempo dejé de compartir con ese entorno en el que crecí.

 

Hay un ejercicio que requiere mucho arrojo y mucho amor que consiste en compartir los presentes que una tiene y vive.

 

En presentarlos, que se saluden,

en disponer todo para que se lleven bien,

en mover información de un lado a otro,

algo así como: mirad lo que aprendí allí, que sirve en las dos direcciones.

De tu presente pasado a tu presente presente.

Contextos que sin ti quizás no se hubieran encontrado.

Haciendo tú de visagra,

presentando tu historia a pasados y presentes para poder habitar ambos con alegría en un futuro.  

RELATO

 

 

El día siguiente apareció con una tregua de ese calor, el fresco advertía que no iba a durar mucho, que el sol pronto arrebataría el placer de disfrutarlo. Y en cuanto pude, salí a las afueras del lugar donde estaban las casas acumuladas. En las afueras había explanadas, de nuevo horizonte, olor a tierra abonada. Ese olor que me recuerda a casa, ese olor que supuestamente es desagradable y a la vez me arropa con lo mejor de la ternura y la nostalgia.

 

Aparecí en el patio del colegio, y entre un movimiento y otro acabé bailando al aire libre siguiendo las marcas de la pista de futbito y baloncesto.

Mientras las demás personas trabajaban poniendo cables, cosechando, llevando cosas de un lado a otro, recogiendo lechugas, yo trabajaba brincando de una linea a otra, girando sobre ellas, buscando recorridos con los que mi cuerpo se divierte y se pone al límite, y mira al cielo, y respira el olor del abono y deja que el airecillo cosquillee la piel del brazo cuando este ondula con velocidad.

 

Y todo eso hace un baile, ese baile.

Un baile que se hace para preparar el cuerpo para otro baile.

Un baile el cual ahora no mira nadie y no por eso deja de ser un baile.

Un baile que potencia el siguiente, que se afecta con su entorno y se convierte en una misma cosa.

Como el baile que sucederá después. Por la tarde.

Cuando muchos ojos miren y respiren conmigo cada brinco y cada giro. Lo que sucederá en ese momento será una misma cosa.

No será un baile que yo haga y gente que me mira.

Sino una misma cosa hecha de muchas cosas que se afectan entre sí.

Las miradas, la música, el airecillo, la luz del atardecer, la atención, el cielo, las golondrinas, las palabras, los recuerdos, las palmadas, la atención…

Es una lista infinita.

 

Esa tarde, ese baile de afectos entre público, clima, bienvenidas, expectativas y atenciones, habrá comenzado con la pieza del Colectivo Banquet, en la que tres cuerpos coreografiados apoyándose entre sí despegan sus zapatillas del suelo como si pudiesen arrancar el vuelo. Mientras esperan a que todos se sienten en su grada, a que se les dé paso para llenar el escenario, ellos en el gimnasio del colegio giran y saltan por diversión, inventan nuevas caídas, acrobacias, se las muestran entre sí y se ríen muchísimo con ello. Qué lindo trabajo este que tanto hace disfrutar.

Después de pasar por Paisaje, marcharán corriendo hacia otro lugar, a hacer paisaje a otro paisaje, tan rápido que ni podrán quedarse a cenar.

 

Más tarde se escuchará una historia de la Jota, de los bailes populares, de España, una historia que se intentará contar con el cuerpo y con las palabras. 

Después, Joaquín anunciará que es la última vez que bailará la pieza Nereo Ahogándose y nos contará por qué apareció ese movimiento, y por qué quizás ya no quiere que aparezca más. Y después de acompañar a todas las personas que están allí a ver lo que acaban de ver, porque creo que eso es en lo que se empeña y esfuerza Joaquín en en ese lugar, en acompañar a todas las personas que lo deseen a mirar el baile, a escuchar el baile, a pensar el baile y a bailar el baile. Después de eso, bailará esa pieza con la mayor de las entregas. Y para terminar la parte de la noche que corresponde al patio del colegio convertido en pista de baile o de teatro, Juan Carlos Avecilla y Desiré, despliegan sobre el suelo sus ritmos, los que encuentran entre sí y colocan en las palmas de las manos, en las botas y en las yemas de los dedos, compases y palabras cantadas.

 

REFLEXIONES

 

Jalear

 

Miré a Juan Carlos y Desiré desde lejos, aún retomando la respiración después de haber presentado Bailar o Lo Salvaje. Y mientras les miraba en un momento en el que el baile le estaba robando la respiración a Juan Carlos, Desiré comenzó a decir. - Vamos Juan Carlos. Vamos!

 

Pensaba en esa idea de jalearnos en directo, de no esconder el jaleo, de darnos ánimos, de estar haciendo algo juntas y animarnos sin reparo. Pensé en que ese baile eso te permite, mantener una energía entre la energía de todas, pensé en que igual me lo apunto y lo aplico, lo de darse ánimos sin pudor. Para todo. Pensé en lo que nos descubren las formas del baile, del estar, de reaccionar, de reflexionar, pensé en trasladar todo eso a la vida, al resto de gestos, de relaciones de estares vitales.

 

Los zapatos del otro

 

En el club de espectadores que es un lugar de encuentro en el que nos mezclamos unas con otras para hacernos preguntas y compartir impresiones, pensares e instantes que han recorrido nuestra columna durante el Festival Paisaje, se propone hablar de lo que ha pasado como si fuéramos otra cosa que no somos.

Y se habla como si fueses el suelo.

Y pienso en las posibilidades que se abren poniéndote en los zapatos del otro, como dice esa expresión. Cuando nos despegamos de nosotros mismos y hacemos el ejercicio de pensar como otras, nos puede sorprender cómo se abren las capacidades de percepción. Las cosas que pasan en un solo acontecimiento nunca son únicas, pasan millones. Lo que le puede pasar a una viendo algo quizás nada tenga que ver con lo que le pasa a la de al lado. Por eso parece que no existen certezas, y menos en esto del arte. Al menos yo prefiero pensar que no las hay. 

RELATO

 

El suelo, entrada la noche, diría: Patearon con gracia mi espalda de manera inesperada en el Hogar de los jubilados, y de repente notaba cómo me hacían cosquillas y se deslizaban y cantaban también, que retumbaba yo con eso, y después a mi suelo primo, el de la plaza, también le sorprendieron con sus ritmos. Varios pies rebotaban con la música muy alta, una música que arrastraba un altavoz y se movía de un lado a otro. Decía el suelo primo de la placilla de la iglesia - Cada una salió al círculo improvisando lo que le salía. Todas bailaban muchísimo, todas bailaban muy bien. Me masajearon con tanta variedad que al día siguiente quería yo más.

 

Y al día siguiente volvió a suceder y el anterior también, ya que ese altavoz portátil cosquilleaba con sus ruedillas las calles del lugar. Fuera de lo que estaba preparado como escenario, las calles disfrutaban también de los pasos de las personas que arrancaban el bailongo. Todo esto no pasaba porque sí, sino porque dos que merodeaban por allí estaban muy atentos a las ganas de bailongo de los habitantes y en cuanto sospechaban que algún ritmo había por ahí a punto de convertirse en baile, que alguna vibración o canturreo estaba haciendo el camino para danzar en las calles, Les Informalls, que así se hacían llamar los mencionados merodeantes, activaban y abrazaban el momento con una expansión gigante. Y bailaban con, y bailaban entre y bailaban ellos y bailaban raro y bailaban todos y bailaban todo y bailaban con tanto énfasis que daba gusto estar cerca.

 

Tanto fue así que el nombre del lugar se fue transformando solo, que el cartel de la entrada comenzó a mutar, que ya ni me acuerdo de cuál era el anterior pero sí sé que ahora oscilaba entre VillaBailea y VillaBailonga.

 

En la mañana del día después me dirijo hasta la Plaza de la Concepción, tengo muchas ganas de tomar un café en El Partido, justo después de mi se sientan tres mujeres cada una con su carro de la compra. Cada una pide una infusión. Cada una viene de su casa. Todas las personas que pasan les saludan, y en uno de esos saludos les dicen:

 

- Qué bien estáis ahí! Cómo os cuidais!

Esas cosas que se dicen en el pueblo para saludar. Los saludos cariñosos que no comprometen a la conversación.

 

A lo que una de ellas responde:

- Clarooo!! Habrá que disfrutar! Que si no, entre unas cosas y otras, nos morimos ya! 

Caminé hasta el colegio. Y allí el gimnasio estaba lleno. Había faldas, botas, zapatillas de deporte, castañuelas, pantalones vaqueros, vestidos de flores, cada quien se había puesto el atuendo que le apetecía, que consideraba, que quería hacer girar con Leonor Leal que estaba dispuesta a contarnos cosas de su baile, del baile de muchxs, del flamenco que consiste en dejarte atravesar por una presencia que se despliega en la sala a través del sonido y de los gestos. Con su sonrisa nos iba llevando de un lado a otro en la sala, Y las sonrisas y los gestos profundos y delicados empezaron a brotar de todos los cuerpos que allí había. Dejando después de una hora y media una sensación de alegría y despliegue tal que si nos lo proponemos todas podríamos haber regresado volando hacia el pueblo.

Hubo otros encuentros con más artistas, encuentros que se llamaron talleres, varios de ellos los provocaba Cristina, no pude presenciarlos pero tengo la sensación de que todxs lxs que pasaron por sus palabras y bailes quedaron igual de ingrávidas, ligeras y amorosas.

 

Dormí una siesta profunda, no hay otra manera de dormir la siesta en ese momento del año. Y desperté para llegar un poco atropellada al Club de Espectadorxs.

En este club tomamos infusiones heladas muy sabrosas.

Y lo comentamos todo, el sabor de las infusiones, el clima, el sitio donde vivimos, y de dónde venimos. Comentamos el pasado más reciente y el más lejano, el año pasado y el día de ayer. El de cada unx y el que tenemos en común. Y en común tenemos el Festival Paisaje. Presenciar cada cosa que pasa, y observar lo que nos pasa por el cuerpo con ello. Y por el pensamiento. Allí lo compartimos, nos hacemos preguntas sin esperar respuestas exactas, agitamos las ideas, intercambiamos palabras y encontramos otras nuevas para poder nombrar la danza, el baile, el cuerpo y la alegría.

Bajé agarrada del brazo de una vecina, por acompañarnos, charlar de la vida y dar un paseo. Llegué al colegio de nuevo, que de nuevo estaba transformado en un espacio escénico y todo se preparaba para proponer universos variados a través del bailar.

 

Me senté en la grada y pronto llegaron las que podían ser mi pandilla si fuese yo de aquel pueblo y no del mío. Nos hicimos hueco, nos apretujamos porque la grada se llenaba, comimos pipas, y compartimos una lata de cerveza mientras nos pellizcábamos el brazo cuando a cada una le envolvía la emoción en momentos distintos. Viajamos sin movernos de la grada por el universo de Leonor Leal y Antonio Moreno. Nos envolvimos con la ternura de Joaquín Collado y Pol Jiménez armonizando sus pasos, sus giros y los botes de alegría bailada en la que se hallaban, flipamos con la destreza y los trajes de Guillem y Diandra y su baile deportivo de competición, volvimos a recorrer el viaje de Nereo ahogándose a petición de la abuela de Joaquín. Y qué buen deseo tuvo! Y nos animamos al ritmo de La Banda SG mientras hacían de todo.

 

Y parecía que aquello acababa pero no fue así. Esa noche, el suelo de la plaza de la Concepción sería cosquilleado por todas, todos y todes, de todas las edades. Todos los cuerpos se unieron para bailar a su manera, para contagiarnos. En numerosas ocasiones sucedió que una comenzaba unos pasos y toda la plaza, de verdad tooooda la plaza seguía los pasos de quien convencida nos guiaba. 

Y charlamos mucho, en el interior de la noche, después de la música también. Y al final, al final del todo casi como en un abrazo, aparecieron unos gatos paganos que cuentan cosas del pasado presente y futuro, todo a la vez.

Mientras amanecía un coche me llevó al tren y de ese tren aparecería yo en una ciudad gigante.

Mientras me alejaba, el pueblo estaba como en reposo, a punto de comenzar otra vez el día, y me preguntaba qué pasará, si las memorias del suelo de las plazas seguirán invitando a sus habitantes a bailar así, como lo han hecho esos días, a encontrarse unas con otras así, en un baile que parece infinito.

Les volví a preguntar a los gatos por ese momento, por Paisaje en Villabailea, por todos esos cuerpos bailando.

Y me contaron esto:

 

 

 

 

 

 

 

Y me quedé muy tranquila. 

Lara Brown

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